Tradicionalmente los celos se han relacionado como un
síntoma del amor, con la sospecha o
inquietud de que la persona a la que queremos cambie su atención y se la
dedique a una tercera.
Los celos son
una reacción normal ante el temor real de perder a nuestra pareja, son nuestra
respuesta al percibir un peligro que amenaza nuestra relación.
Los celos son patológicos cuando la amenaza es sólo imaginaria y fantaseamos historias entre nuestra pareja y esa tercera persona llegando a creérnoslas. El problema se da cuando la furia y la intensidad de los celos sobrepasa lo normal, porque esos ataques de rabia y dolor desgastan la relación llegándo a convertirla en un infierno.
Los celos son patológicos cuando la amenaza es sólo imaginaria y fantaseamos historias entre nuestra pareja y esa tercera persona llegando a creérnoslas. El problema se da cuando la furia y la intensidad de los celos sobrepasa lo normal, porque esos ataques de rabia y dolor desgastan la relación llegándo a convertirla en un infierno.
Esta presencia de un rival, real o imaginario, puede
llegar a provocar una cascada de
sentimientos de temor, desasosiego,
irritación, angustia, envidia, etc. que hace que nos sintamos
desbordados ante la posibilidad de que este tercero pueda arrebatarnos la
posesión o el afecto de la persona amada.
Las causas de los celos dependen de distintos factores: de la experiencia individual, de la estructura de la propia personalidad, de la cultura, de los valores sociales...
En cualquier caso los celos surgen porque dejamos de ver o de sentir a nuestra pareja como un sujeto y lo empezamos a ver o a sentir como un objeto de nuestra propiedad, lo vemos o sentimos como una posesión: “Su cuerpo, su afecto y sus sentimientos me pertenecen o los necesito en exclusividad”.
Las causas de los celos dependen de distintos factores: de la experiencia individual, de la estructura de la propia personalidad, de la cultura, de los valores sociales...
En cualquier caso los celos surgen porque dejamos de ver o de sentir a nuestra pareja como un sujeto y lo empezamos a ver o a sentir como un objeto de nuestra propiedad, lo vemos o sentimos como una posesión: “Su cuerpo, su afecto y sus sentimientos me pertenecen o los necesito en exclusividad”.
Hago esta
distinción entre ver/sentir y
pertenecer/necesitar por la predominancia de factores racionales o emocionales. Cuando lo que predominan son creencias basadas
en la pertenencia y en lo que “debe ser”
la terapia irá dirigida al cuestionamiento de estas creencias y al
aprendizaje de nuevas formas de relación
saludables. Cuando predominan los
factores emocionales la terapia irá dirigida a explorar y sanar esas heridas causantes de nuestro
malestar así como a aprender a
autogestionar nuestras necesidades de atención y amor. Y en
cualquiera de los dos casos, desarrollar
la autonomía, la confianza y aprender a
manejar este sentimiento tan intenso y por supuesto disminuir el sufrimiento
que produce.
La energía de los celos, como la de todo sentimiento,
puede ser aprovechada si se explora lo que hay detrás, lo que los desencadena.
Del autoconocimiento surgirá una mayor capacidad de mejorar las relaciones y de
purificarlas allí donde estén coloreadas de desconfianza recíproca.
Porque, en el fondo, los celos hablan de desconfianza
y de exceso de deseo de autoafirmación procedente de la mirada del otro: “Sé
que existo porque tú me miras, pero si concedo demasiado poder a tu mirada,
perderla supondría perder mi identidad”. No por nada su antónimo es la
confianza. Pero no sólo la confianza en los demás, sino también en uno mismo.
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