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sábado, 18 de junio de 2011

El poder de los introyectos


La vida es un misterio…  pero  llegamos aquí y a medida que vamos creciendo el entorno en el que vivimos, a través de la programación, se encarga de que nos vayamos olvidando no sólo de vivir el misterio de la vida,  sino también  en mayor o menor medida  de que olvidemos quienes somos.  A través de los introyectos  sociales, culturales, educacionales, familiares…  engullimos  verdades de otros  que acabamos haciendo nuestras tomándolas como ciertas.  Así los introyectos se convierten en la materia prima de nuestra programación y van a determinar la forma de vernos,  de ver a los otros y de relacionarnos con el mundo.

Sin darnos cuenta nos empachamos de mandatos, órdenes, teorías, leyes… todas ellas  incuestionables que cumplen una función parasitaria y que a través del miedo  y  la culpa se encargan de mantenernos  alejados de nuestras verdaderas necesidades y de acallar la voz de nuestra esencia.    
“Si haces…  no te querrán”  “No puedes...” “No debes”  “No llores” “No te enfades” “( Esto)  funciona así”  “(Esto) es así” “Eres imperfecto” “No sientas” “ (Esto) debe de ser así” … … …

Pero no somos máquinas, somos mucho más … y afortunadamente aunque hayamos sepultado nuestra voz en la más recóndita de las mazmorras,  no dejará  de reclamar nuestra atención.  Podemos obviarla, pero gritará si hace falta… nos cabrearemos, enfermaremos, nos deprimiremos, lo que sea, con tal de que volvamos la mirada hacia nosotros.


Esta es la reflexión de Su después de un tiempo de terapia:
“El día en que dejé de verme como un ordenador programado para afrontar la vida, comencé a desprogramarme para disfrutarla”.
Mi  andadura desde entonces es todavía corta, pero muy intensa y provechosa, sobre todo cuando se trata de mi evolución personal.
Desde el día en que nací empecé mi programación, almacenando toda la información que me rodeaba e intentando con ello formar una maquinaria sólida que me permitiera mentalmente encajar todas las situaciones dentro de mi sistema operativo. Esto significó dejar de ser yo para convertirme en un ordenador muy bien programado.
Y así me mantuve durante toda mi vida,  almacenando, etiquetando sin cesar y actuando mediante la activación de esquemas ya adquiridos…  Y así viví hasta que mi sistema colapsó y dejó de funcionar. Todo aquello que hasta entonces encajaba a la perfección dejó de hacerlo para dar paso a una parte de mí que gritaba con fuerza liberarse de aquella manipulación que con el pasar de los días ardía en mi interior con más energía, hasta hacerme saber que lo que siempre me había funcionado ya no me calmaba, no me conformaba, no lo aceptaba. Había algo más, no sabía que era, y vociferaba que le abriera paso. Y sentía tanto miedo que yo misma acallaba esos gritos para que no derrumbaran mis esquemas personales que tanto tiempo llevaba manteniendo en mi vida, pero ya no me servían para nada. Había quedado vacía por dentro, me había desprogramado.
Tras largos meses de encuentros personales, con sus días más y menos buenos, malos y menos malos, hoy he descubierto que a lo largo de mi vida había dedicado una exclusiva atención al mundo exterior. Había estudiado para comenzar una vida laboral, disfrutado con mis amigos en lugares preciosos. Había vivido el gozo de un abrazo, de un beso, pero nunca había focalizado la atención en mí misma, en disfrutar conmigo, en preocuparme de mí, en descubrirme, en escucharme, en sentirme, en abrazarme, en amarme. Un trabajo arduo, desde luego, y también necesario, a través del cual evidencié que la esencia de mi felicidad se alimentaba del exterior, no de mi interior, ni siquiera me conocía, no me había escuchado ni me había querido.
He llegado a sentir  la mente como un arma de doble filo muy poderosa, por encima de todo le había otorgado un valor que no merecía en ningún caso como controladora de mis deseos, de lo que está “bien y mal”, le había dado un poder que no le pertenecía a ella sino a mi interior. Así fue como todo lo que me rodeaba pasaba siempre por la mente para tratar de racionalizarlo dejando en un plano totalmente apartado mis deseos reales, mi verdadera felicidad.
Si hago una reflexión sobre mi evolución personal en la que me hallo inmersa, afirmaría que es una oportunidad de volver a nacer, un despertar repentino. Es un camino de descubrimiento incesante pero no de rosas.  El encontrarme con mi verdad no me resulta fácil en ningún caso. Es un proceso continuo, con días o momentos felicies, y también dolorosos y difíciles de afrontar, sobre todo porque una vez  que empecé a ser consciente no pude volver atrás, no hay camino de retorno, y la lucha entre mi mente y mis deseos es ardua. A media que voy evolucionando mi consciencia es más clara y fuerte y vivirlo me resulta difícil, pero obviarlo es prácticamente imposible.